En septiembre de 1973, Carlos Madariaga, Director Nacional de la Escuela de Medicina de UDALBA, tenía 23 años y cursaba el quinto año de su carrera universitaria. Tras el golpe de Estado, su vida sufrió un vuelco: fue prisionero político y sufrió torturas a manos de los agentes del régimen.

“Desde ahí nació mi compromiso con las víctimas de violaciones a los derechos humanos. Desde esa época hasta el día de hoy no he dejado ni un solo día de formar parte de alguna instancia, de algún dispositivo donde se trabaje esta temática”, comenta este médico psiquiatra que, en noviembre pasado, recibió  el premio Derechos Humanos 2022 que otorga el Colegio Médico.

“Lo que yo viví me dio una conciencia profunda de lo que significa el sufrimiento humano asociado a las violaciones a los Derechos Humanos, pero, al mismo tiempo, un sentido ético de responsabilidad y compromiso a partir de esa experiencia”, explica.

Tras terminar sus estudios como médico general, trabajó atendiendo a  víctimas de la dictadura en el puerto de Tocopilla, un lugar donde no había especialistas.

“Después, cuando ya me formé como médico psiquiatra, trabajé varios años en la IRCT, International Rehabilitation Council for Torture Victims, de Dinamarca, con respaldo de las Naciones Unidas”, recuerda.

Durante la dictadura, el doctor Carlos Madariaga participó en varias reuniones de la Asamblea de Derechos Humanos y, ya en democracia, fue médico-jefe del PRAIS, Programa de Reparación y Atención en Salud para sobrevivientes y familiares afectados por la represión política ejercida por el Estado en el período de 1973-1990, una entidad a la que aún asesora.Además,  ha hecho investigaciones en materia de Derechos Humanos que se han publicado en Chile y el extranjero.

“Para mí es un campo muy querido de trabajo”, dice y cuenta que, a fines del año pasado, publicó “Memoria y vigencia del trauma social en Chile”, libro prologado por el artista y activista argentino Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz (1980).

-En un trabajo que usted hizo se plantea que la esperanza de vida de las personas que fueron torturadas o detenidas se reducía en 17 años.

-“Exactamente. Dentro de las investigaciones que hemos hecho, hemos puesto atención en algo que habitualmente se olvida. Muchas veces la forma de entender el trauma es muy psicologizante, muy desde que el trauma ‘es puramente psicológico’. Pero a veces nos olvidamos del cuerpo físico, y el cuerpo físico también se daña. Estamos consiguiendo demostrar que el cuerpo dañado también es parte de este problema y que ha sido insuficientemente atendido en las políticas de Estado para el proceso reparatorio (…) La esperanza de vida se reduce en más de una década entre quienes han vivido experiencias de tortura o, como llamó Bruno Bettelheim en relación a las víctimas del holocausto nazi, ‘experiencias de traumatización extrema’. ¿Eso qué quiere decir? Que hay un impacto muy potente desde el punto de vista del estrés que genera el trauma, que modifica las condiciones neurobiológicas, endocrinológicas y genéticas del ser humano, favoreciendo que se desarrollen con más frecuencia ciertas patologías.

Además, dice el especialista en Derechos Humanos, “las víctimas que figuran en los informes de personas reconocidas por el Estado como torturadas mueren de las mismas cosas que muere el resto de la población, solo que en mayor cantidad. Y además hay una inversión pequeña, pero interesante, en el sentido de que se mueren más de cáncer que de enfermedades cardiocirculatorias, que es como se muere el resto de la población”.

Según el profesional, tener en cuenta esta realidad es de mucha riqueza. “Cuando nosotros hicimos esta investigación, lo hicimos justamente apremiados por nuestras experiencias, por lo que estábamos viendo en nuestra práctica clínica. Yo soy un médico que está atendiendo pacientes, no estoy solamente investigando, estudiando o publicando”, aclara.

Y especifica: “Me he preocupado de mantenerme en la trinchera, porque la trinchera permite estudiar cuál es el curso que tiene el trauma a lo largo de la historia. El trauma hoy día no es el mismo que hace 50 años. Ha tenido modificaciones. ¿Por qué? Porque la vida ha seguido transcurriendo, han seguido pasando nuevas cosas, por lo tanto el trauma tiene cambios importantes que muchas veces son muy sustantivos. Pero lo principal es que el acumular experiencias de traumatización extrema a lo largo de los años va produciendo un deterioro de todos estos niveles en los que se desarrolla la biología humana, haciendo más vulnerables los objetos y permeabilizándolos para que puedan ser más presa fácil de las enfermedades más frecuentes, que son degenerativas pero que matan”.

 

LA IMPORTANCIA DEL ARREPENTIMIENTO Y EL PERDÓN

-A propósito de esto mismo que comenta y, a 50 años del golpe de Estado, cuál es su opinión respecto a declaraciones, como las que ha hecho Cristian Warnken, por ejemplo, en las que se plantea que hay que cerrar el duelo.

-“Ese es un discurso antiguo. Lo estoy escuchando desde los tiempos de la propia dictadura. Y tienen, por ejemplo, momentos que son para un libro, tal vez un museo. Cuando el almirante Merino y Pinochet hablaban de que “los desaparecidos me tienen curco”, había un mensaje llamando a la amnesia social, a la desmemoria colectiva, al olvido respecto a lo vivido. Pero hay un requisito muy importante que tiene que ver con el proceso genuino de arrepentimiento y de petición de perdón por parte de los victimarios”. Esto aplica en la doctrina de la Iglesia para el perdón, para cerrar los ciclos.

En este sentido, explica el doctor Madariaga, hay que tener en cuenta que “en Chile vivimos una sociedad impune todavía respecto a los crímenes. El 90% de los crímenes de la dictadura no están sancionados. Esta es una sociedad impune, ha sido imposible que el sujeto pida perdón, que el sujeto haga un acto de contricción profunda, un genuino y auténtico arrepentimiento que pueda hacer que la sociedad siga su desarrollo. Cuando eso ocurra, podremos perdonar y podremos cerrar”.

Y una condición esencial para que ello ocurra, comenta Carlos Madariaga, es que salga a la luz toda la verdad: “esa verdad que tienen guardada en aparatos de inteligencia que todavía sobreviven a nivel de las Fuerzas Armadas y en otras instancias más clandestinas, esa verdad debe ser expuesta para que se haga justicia (…) Es muy complejo el sentirse interpelado a perdonar a quien no hace grandes esfuerzos por el perdón. Entonces, ese conflicto está vigente en la sociedad chilena hoy día, es un problema que no se ha resuelto, aquí no puede haber reconciliación de una manera espuria, una reconciliación inauténtica, mentirosa, en que nos reconciliamos de la boca para afuera, y de la boca para adentro estamos llenos de odio”.

-¿Usted cree que después de 50 años que se va a alcanzar en algún momento esa verdad, o cada vez se ve más lejana esa posibilidad?

-Mientras más tiempo pasa, más difícil es. Las fuerzas políticas antidictatoriales que se hicieron cargo del proceso de transición a la democracia se censuraron a sí mismas. Por ejemplo, los informes y los testimonios evaluados en el informe Rettig, donde se dijeron muchas,  muchas verdades, están condenados a ser guardados del dominio público por 50 años. ¿Por qué hay que esconder la verdad?, ¿Por qué no la verdad nos sirve como herramienta para trabajar los procesos reparatorios, para trabajar el perdón? La memoria tiene que estar viva para poder ser utilizada como herramienta del proceso de sanación de los espíritus. Eso es un ejemplo muy claro de que nosotros también hemos contribuido con nuestros propios errores, y a veces con nuestros horrores, a favorecer estos climas de impunidad por el camino del olvido, por el camino de los fenómenos amnésicos, que son tremendamente complejos.

¿Qué significó para usted recibir el premio Derechos Humanos 2022

El ego es importante en todo ser humano, pero para mí la gratificación más grande es cuando me doy cuenta de que algo que yo he hecho por los derechos humanos ha sido valorado como un aporte al proceso de la lucha por hacer una sociedad mejor. En el fondo de eso se trata, de ir superando el trauma social de la dictadura militar y los traumas que han venido después, porque el trauma del estallido social es otro trauma que se suma y se potencia con el anterior.

(…) Yo he tenido centenares de pacientes, han sido miles en realidad, lo digo con mucho respeto, miles de pacientes que me ha tocado atender en  estos 40 años como médico, y cuando una de estas personas me dice, ‘doctor, yo le agradezco a usted, me hizo tan bien conversar, me ha hecho bien, fue tan buena la terapia, me ayudó a esto’, eso también es felicidad máxima (…) Por eso, el que el Colegio Médico,  al que pertenezco desde que me titulé, me premie, es una honra para mí,. Yo trabajo en este terreno oscuro, un terreno sucio, tóxico, contaminado, un terreno ingrato. Me ha tocado muchas veces hacer atenciones a familiares de queridísimos amigos míos y amigas mías que murieron porque fueron gravemente torturados. Entonces, es una zona oscura, una zona de alta exigencia. Por eso hay mucho agotamiento, mucho desgaste en los profesionales que trabajamos en este tipo de temas (…) Y como sociedad necesitamos también que el sanador se sane a sí mismo, ¿no es cierto?, esta idea del chamán herido. El chamán herido que necesita sanar la herida yendo a la tribu, que la tribu lo ayude a cerrar la herida para poder seguir siendo el chamán que sigue sanando a los miembros de la tribu. Eso es así”.

Su trayectoria en temas de Derechos Humanos, dice Carlos Madariaga, puede ser un aporte para UDALBA también. “El tema de los Derechos Humanos lo quiero meter con fuerza en nuestra carrera, como un componente que atraviesa horizontalmente cada una de las asignaturas. Es algo básico para ser un buen profesional”, cierra.