El aporte a la ciencia de Humberto Maturana trasciende fronteras, en especial las del conocimiento. Ya escribir algo sobre su obra parece casi una elegía, pero quisiera destacar, desde mi experiencia, algunos aspectos de tan egregia personalidad.

En Concepción conocí a mediados de la década del 80 a este imponente académico. Se presentaba a exponer sus teorías que despertaban el intelecto y la curiosidad de muchos estudiantes de todas las disciplinas existentes en ese momento, no solamente de quienes nos dedicábamos a profundizar en una materia tan delicada como la psicología, que en ese tiempo estaba cercada por la influencia del conductismo cognitivo. De tal manera que este profesor de dilatada trayectoria y hablar hipnótico provocaba, al menos, un interés especial, ya que también establecía una forma distinta de comprender al ser humano y al mundo.

No sería la única vez en presentarse en distintas casas de estudio, en entrevistas y charlas abiertas, en las que destacaba por su lenguaje referenciado  en planteamientos que junto a Francisco Varela fue creando para acercarnos cada vez más a algo que no sabíamos o no queríamos saber, puesto que más que dar respuestas, hacía preguntas, profundizaba con interrogantes provocando un insight o entendimiento sobre la relevancia del conversar y el conocer, como también sobre los aspectos esenciales de la humanidad y del saber humano.

Es notable cómo el profesor Maturana se dirigía hacia la cuestión del aprendizaje humano y la biología social sobre la experiencia del observador y cómo  estos nuevos paradigmas abrían de forma nítida el fundamento de la convivencia social, nos descubría la valiosa experiencia del vivir con otros su propio ser, una genialidad simple, pero de profunda complejidad. Y así nos daba permanente cuenta de ello, es decir, despertaba en nosotros la aceptación del otro como un legítimo otro, lo que redunda en una aceptación plena del sí mismo. “El amor al prójimo comienza a aflorar entonces”, dice uno de sus textos. Esto los convertía a él y a sus seguidores en entusiastas conversadores de lo humano, del vivir, del amar y de las preguntas del cómo amamos, cómo vivimos, qué pensamos y cómo lo hacemos. También desde dónde.

Se dirigía, en especial, a los actores de mayor relevancia como son las instituciones de educación, pero en esencia su discurso era social. Colocaba en el centro las emociones, somos ellas primero y luego de éstas lo demás.

Distinguía a la cooperación mutua como la condición primaria de lo social en el ser humano, el compartir tal conocimiento permite -expresaba Maturana- la realización personal y social.

¿Acaso se escucha cercano al debate sobre la equidad tan esquiva en estos días? Por ello, el progreso de la humanidad está en el mismo sentido ético de lo social con la vida personal, haciendo resplandecer una frase crucial: “No puede el primero realizarse a expensas de este último sin transformarse en un mecanismo constitutivamente antisocial”. Y sentencia lapidariamente “¿Pero qué político sabe esto?”

Su influencia en el pensamiento actual y futuro es inconmensurable, en particular, por el surgimiento de nuevos espacios de reflexión capaz de alimentar las construcciones teóricas del lenguaje, las emociones y la ética de los nuevos tiempos.

Ricardo Bocaz Sepúlveda, psicólogo

Vicerrector Sede Sur Universidad Pedro de Valdivia